sábado, 1 de julio de 2017

Rumbo a la cosecha

Tengo una depresión en el medio de las costillas. Me va socavando las carnes, dejando una curva de hueso digna a romperse, muy digna a quebrarse en dos. Eso me provocaría el desinflamiento sanguíneo. La inocua derramada de mis litros, mis volúmenes. Si mi sangre fuera rosa podría decir que sería un momento bonito, pero es roja y negra y huele a crudo. Si mis pieles fueran tersas diría que sería lindo sentirlo, pero son corrugadas como un cartón barato y absorben llenándose de ese sabor.
Tengo una duda clavándose en mi espina dorsal, parezco un tiburón pero no feroz sino herido, parezco un delfín pero no feliz sino confundido. Si pudiera hacer arte de todo lo que me acompleja sería una gran artista. Si pudiera entorpecer mis muelas para largar las chispas que me las liman, tendría una hermosa sonrisa.
Si pudiera cantar con la voz de ave que nací, sería la comunicación la que me llevarla al esplendor de mi causa, sería la virgen dulce espera la que me surgiera razón de existencia. Si mis encías no sangraran yerba mala, correría por el cielo profesando alegría, escupiendo cortésmente de mi boca pedazos de mi corazón, y entregándolos en mano a cada humano que se me cruzara.
Pero sólo tengo cinco dedos y no me alcanzan para llegar a mi vientre desde mi vagina, no puedo extirparme el vacío y no puedo tener una pija siempre adentro. Sólo tengo dos pies, y son muy chicos como para ganar esta carrera con el leopardo que quiero ser, sólo tengo dos orejas que salen para afuera, me cuesta escuchar mi interior.
Y no me queda otra que seguir luchando por resistir la gente. Por resistir la apariencia y las tentaciones suicidas.


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