martes, 30 de enero de 2018

Una buena inversión

Érase un mundo donde todos invertían sus vicios,
sus perversiones,
sus malintenciones,
todos se invertían
en pos de la paz
mas quienes no se invertían
eran observados
analizados
y, en algunos casos, 
sentenciados
con gozo
y deleite.

El cocinero 
odiaba comer,
gordofóbico, un obsesivo de su cuerpo,
mas preparaba los platos más exquisitos
exuberantes
y escandalosos
obteniendo al menos dinero
de quienes le repugnaban.
La maestra
no quería tener hijos
ni soportaba actitudes infantiles
mas se regocijaba enseñando a madurar
a comportarse con seriedad y responsabilidad
eliminando, de alguna manera,
los infantilismos
de la sociedad.
El médico
un cínico desinteresado,
insensible, insípido
de una prolijidad inhumana
curaba humanos
con la frialdad
de un muerto de alma.
El veterinario 
sentía asco por los animales, de por sí
y los ayudaba para que "al menos"
estuvieran limpios, sanos
sin contagiarle ninguna desgracia a nadie.
El portero sólo quería estar solo,
apenas intercambiando conversaciones y favores.
La obstetricia no quería más que 
darles sermones a las recién madres
para que no hicieran de sus hijos "porquerías".
La maquilladora sentía terror por la fealdad,
el dentista por las bocas,
la psicóloga por las rarezas inadaptadas.
Y el policía
en el fondo gozaba de los crímenes
de participar en uno
pero era demasiado cobarde como para cometerlo
aunque lo suficientemente valiente para detenerlo.
La justicia en general
amaba los crímenes
porque, aunque se dedicaran a rechazarlos con rigor 
y disminuirlos,
los contemplaban
con total y profunda
admiración.


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