martes, 23 de julio de 2019

La espada y el lápiz

         Había una vez una chica. Una chica con estilo de lesbiana. Una chica que en el fondo se sentía un chico. Una chica lesbiana que en el fondo se sentía un chico gay.
Este chico gay en chica lesbiana sintió algo fuerte un día, un día de los primeros de junio, o de los últimos de mayo. Algo fuerte que parecía corresponderse con otra persona. Esa otra persona, un chico muy apuesto y bueno, sentía también algo fuerte por ella-él.
         En este correteo de emociones bellas, risas, felicidad, mimos, e historias, se forjaron dos espadas de brillantes metales que gustaban de pelear juntas. Dos espadas, una de plata y la otra de oro, para estas dos personas. Eran espadas muy diferentes, pero juntas peleaban muy bien. No tardaron mucho en forjarse pero sí en pulirse, saltando chispas que de vez en cuando lastimaban a las dos personas.
         Las espadas estuvieron listas, un día, sin saberlo, y empezaron a ser usadas por cada una de estas dos personas. Al reencontrarse se encontraban con marcas, algunas las afeaban, pero muchas las embellecían. La espada de plata, de ella-él, no era muy usada, pues era mucho más efectivo y rápido que arreglara cualquier problema la espada de oro de él. Indudablemente, ésta se hizo cada vez más hermosa.
        La espada de plata perdió ventaja. No es que se oxidó, pero no brillaba tanto como la de oro. Ésta cada vez se iba más lejos, volvía más tarde, no volvía, se iba. La espada de plata se enfrió. Ella-él decidió prestarle más atención a su lápiz de dibujo antes que a su espada, pues eso le pedía aquel tiempo, aquel clima. Para la espada de oro, cada día era más soleado, y, naturalmente, hermoso es brillar bajo el sol de mediodía.
      Hoy ambas espadas apenas se encuentran. La espada de oro prefiere pelear con contrincantes más potentes. Más brillantes.
       La espada de plata está fría y húmeda, pero sabe que la luz de la luna está cargando su eje sagrado, y sabe que se erguirá blanca y enceguecedora en cualquier momento. Ella-él llora porque ansía que su espada plateada brille más fuerte pronto, pero sabe que esto no lo desea por él-ella mismo/a, sino para que la espada de oro quiera combatir con aquella de nuevo.
       Ella-él tiene que entender que la magia tarda en cargarse. Que el poder tarda en generarse, y que eso está bien. Ella-él tiene que aprender a esperar y mantener la constancia de la acción para generar la consistencia del hábito, y así, la textura del Ser.
      Ella-él tiene una hermosa espada forjándose aún. Una espada más extraña de lo que imagina.


Espera, querida/o. No todo en la vida es tener una gran espada.  
Nada que envidiarle tiene un buen lápiz mágico.

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