miércoles, 29 de junio de 2016

Nuez

Quién diría que Ornella un día se vería
enfrascada en un frasco sin franjas
limitantes ni intimidantes, un casco
protector e invisible, un encierro
translúcido a la libertad. 
Quién diría. Que volverla verde la haría flor,
y que su polen gustoso sabría a su voz,
nadie lo habría pensado, 
ni ella misma.


Un sonido viejo me zumba al oído
mientras una gota de endorfinas se derrite por mi sangre
llega a mis ojos, llorosos, que las largan
como una sonrisa visual. Un cantito
de pájaro que no teme, hay un viento
de mil siglos que no se asemeja a ninguna
época otra.
Los reflejos del azul marino se vierten en una angulosa curvatura
que abunda en cada rincón y centímetro de mi visión,
la edad es un juego, las risas son el verdadero
manifiesto.
Cayendo por un hueco tubular,
los estómagos quizás tiemblan o quizás ansían,
las ganas de amar se vuelven una casa tan cálida
que me sostienen firme.
Escucho algún que otro momento de bien y pureza,
toco las piedras y me transmiten su fuerza,
miro sus ojos y me siento en destreza
con el agua,
soy como el pez que nada y no se da cuenta
de lo mucho que le gusta.
Soy como el sudor de la piel que sale intenso por el poro
cuya voluntad de vivir es tan alta, soy el coro
de los miles de árboles que vivieron durante la Tierra
en los millones de años.
Hay un candombe
dentro de mi pecho, siento de bailarín a mi plexo y
las costillas son las gradas de quienes lo observan
y aplauden tan fuerte.
No puedo explicar la emoción que ahoga este cuerpo de carne,
es ácido transparente que me carcome los sesos,
es lo más degradante de la antidepresión, es lo más único
que pudo darse en un beso,
es lo más central del redondel del rubor en sus mejillas, es
lo más suave de su boca y lo más dulce de cada uno de sus labios,
es la melosidad que esconde su paladar grave, es 
la nuez más picante de su cuello sensible,
cada dedo que roza enamorado otro espacio de piel,
y cada pestañeo que ocurre cuando más no se puede creer.


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